20 noviembre 2011

Noches de fuego empapadas por el rocio del amanecer durante el frio calor de Noviembre

Como ya venia siendo costumbre en mi tan automatizada vida, el glorioso sábado hizo acto de presencia con la contundencia a la que nos tenia acostumbrados.  Aquello solo podía significar una cosa, era el día indicado para fusionarse con las luces, sonidos y sensaciones que la noche del sábado y madrugada del domingo nos ofrecían de forma tan amable y gentil.

Poco a poco los implacables y ardientes rayos del sol comenzaban a coger fuerza a medida que pasaban las horas, hasta alcanzar su cenit, momento en el cual su intensidad comenzaba a desaparecer y lo que durante unas largas horas habían sido tonos azules y blancos en cielo, iban lentamente adquiriendo nuevos tonos más enfocados al naranja y gris, hasta finalmente sucumbir ante la elegancia y el misterio del negro cielo de la noche. Llegados a este punto, mi extraña persona comienza a preparase para la ardua batalla que le espera en la mismísima puerta de su casa, la lucha incansable contra los elementos naturales, contra las hordas de criaturas de corazón oscuro que comienzan su andadura cuando el sol cae derrotado por el horizonte. Solo hay una forma de evadirse tras estos horrores vividos, tras todos estos temores apenas recién superados, y esa forma es dejarse llevar por el dulce sabor de los néctares creados por el hombre y ofrecidos a un dios.

Agarras el frió vidrio, que tantas sensaciones te produce y tantísimos recuerdos desborda por tu mente, lo arrimas a tus aun cálidos labios, lo separas con dureza y desprecio tras el primer trago, lo vuelves a acercar con cariño y sensibilidad. Una vez tras otra hasta que finalmente, cae la ultima gota al suelo, salpicando sin apenas fuerza como recriminandote lo que acabas de hacer. Tal cosa te embriaga de ira, y preso de esta sensación, arrojas entre lágrimas y alegría la tan amada botella hacia la lejanía, mientras observas pesaroso en tu lugar como esta te abandona para nunca mas volver, perdiéndose para siempre en la oscuridad de la noche, entre la maleza que sin hacer ruido se habré paso en medio de la jungla de asfalto.

Más cuando ya creías que todo ese extraño ritual había terminado, un supuesto desconocido dolor invade tu cuerpo. Tu vejiga grita suplicando por su vida, es hora de hacer la buena obra de la noche y ayudarla en tan difícil momento. La orina comienza a fluir a través del falo chocando con parcial odio y rencor contra el magnifico semblante de la muralla urbana de hormigón que protege y custodia lo que por muchos es llamado, hogar. Una vez ya hecha tal cosa, nos toca retirarnos a nuestros dominios victoriosos tambaleándonos y muy mareados por la apabullante mezcla de olores, sabores, sonidos y colores que nos invaden de forma criminal y sin ningún tipo de piedad.
Pobre de mi, aciago destino que me torturas de esta forma, ahora estoy recibiendo el castigo por no haberte querido obedecer antes, me torturas lisiando mis piernas para que no caminen bien, machacas a mis ojos para que no vean bien, alteras mis pensamientos para que no se desarrollen correctamente y coses mi lengua para que mis gentes no puedan llegar a entenderme. Al menos eres lo suficientemente benévolo conmigo y durante la noche me haces beber un vaso de agua del rió Leteo para así cuando el sol rompa a la mañana siguiente, tan majestuoso y poderoso como siempre, no recuerde las penurias por las que me hiciste pasar.

Vivo sin vivir, muero sin morir...

17 noviembre 2011

Mi Corazón se emborracha de Orgullo, Amor y Sensaciones

Y para variar, había amanecido a la misma hora de siempre, todo igual de gris y apagado que el día anterior. La breve oscuridad de la mañana fue asaltada por el olor del café recién hecho y por el silencio roto por los coches con mas vida que sus dueños dirigiéndose a sus respectivos puestos de trabajo, o bien viajando sin rumbo fijo, a la deriva por un mar de asfalto lleno de almas cabizbajas que caminan lentamente en el frió de la primera hora de la mañana por las ásperas aceras de la ciudad. Poco a poco, el sol comenzaba a acribillar esa estampa, destruyendo a la oscuridad, quemando al frío. Yo ya estaba vestido y con la boca empapada por el amargo sabor del café barato mezclado con una tostada quemada. Acabe de peinarme y finalmente, opte por salir obligado a ese paisaje tan gris y cálido a la vez. Mis primeros pasos no eran nada del otro mundo, caminar de forma robótica, como si me moviera por scripts preestablecidos por un grupo de perversos programadores. La acera se tornaba muchísimo mas larga de lo normal, los edificios aparentaban una altura fuera de lo normal, apenas se podía ver hasta donde llegaban. Los coches parecían hacer más ruido de lo normal y las gentes parecían más alteradas de lo normal. Todo lo que giraba a mi alrededor parecía estar comenzando a modificarse por propia voluntad, como intentando darme una nueva visión del mundo, algo que mereciera mi atención. Pero todo eso fue en vano, rápidamente me puse la música y me conseguí aislar de ese esperpéntico panorama que se empeñaba en meterme por los ojos cientos y cientos de estímulos absurdos para mi, aquello no era lo que quería, todo era material o vació, cosas frías y carentes de vida, sentimientos y sensaciones. Pero a mitad de camino, algo apareció que si consiguió darme lo que buscaba, ni más ni menos que el sol. El sol era el único elemento que allí estaba igual que siempre, sin forzarse a cambiar por mi ni por nadie, tan radiante y majestuoso, tan cálido y tan lleno de vida.

Me quede parado un buen rato mirándole fijamente, no me hacia daño a los ojos, lo único que hacia era darme calor y alimentarme de felicidad y maravillosas sensaciones. De todas las cosas que aquella mañana se cruzaron en mi camino, la única que verdaderamente quería sacarme una sonrisa de verdad, era él, y eso consiguió.

Me dio un motivo para alegrarme y sentirme bien conmigo mismo, me hizo feliz. Y así, sin casi darme cuenta, el frío de mi cuerpo desapareció bajo el peso implacable del calor de la mañana, el día acababa de comenzar con fuerza y energía, la oscuridad había sido vencida, los coches dejaron de tronar, las gentes volvieron a su estado normal, los edificios recuperaron su estética habitual y las calles decidieron decorarse de mil un colores para hacerme más llevadero mi caminar.