Como ya venia siendo costumbre en mi tan automatizada vida, el glorioso sábado hizo acto de presencia con la contundencia a la que nos tenia acostumbrados. Aquello solo podía significar una cosa, era el día indicado para fusionarse con las luces, sonidos y sensaciones que la noche del sábado y madrugada del domingo nos ofrecían de forma tan amable y gentil.
Poco a poco los implacables y ardientes rayos del sol comenzaban a coger fuerza a medida que pasaban las horas, hasta alcanzar su cenit, momento en el cual su intensidad comenzaba a desaparecer y lo que durante unas largas horas habían sido tonos azules y blancos en cielo, iban lentamente adquiriendo nuevos tonos más enfocados al naranja y gris, hasta finalmente sucumbir ante la elegancia y el misterio del negro cielo de la noche. Llegados a este punto, mi extraña persona comienza a preparase para la ardua batalla que le espera en la mismísima puerta de su casa, la lucha incansable contra los elementos naturales, contra las hordas de criaturas de corazón oscuro que comienzan su andadura cuando el sol cae derrotado por el horizonte. Solo hay una forma de evadirse tras estos horrores vividos, tras todos estos temores apenas recién superados, y esa forma es dejarse llevar por el dulce sabor de los néctares creados por el hombre y ofrecidos a un dios.
Agarras el frió vidrio, que tantas sensaciones te produce y tantísimos recuerdos desborda por tu mente, lo arrimas a tus aun cálidos labios, lo separas con dureza y desprecio tras el primer trago, lo vuelves a acercar con cariño y sensibilidad. Una vez tras otra hasta que finalmente, cae la ultima gota al suelo, salpicando sin apenas fuerza como recriminandote lo que acabas de hacer. Tal cosa te embriaga de ira, y preso de esta sensación, arrojas entre lágrimas y alegría la tan amada botella hacia la lejanía, mientras observas pesaroso en tu lugar como esta te abandona para nunca mas volver, perdiéndose para siempre en la oscuridad de la noche, entre la maleza que sin hacer ruido se habré paso en medio de la jungla de asfalto.
Más cuando ya creías que todo ese extraño ritual había terminado, un supuesto desconocido dolor invade tu cuerpo. Tu vejiga grita suplicando por su vida, es hora de hacer la buena obra de la noche y ayudarla en tan difícil momento. La orina comienza a fluir a través del falo chocando con parcial odio y rencor contra el magnifico semblante de la muralla urbana de hormigón que protege y custodia lo que por muchos es llamado, hogar. Una vez ya hecha tal cosa, nos toca retirarnos a nuestros dominios victoriosos tambaleándonos y muy mareados por la apabullante mezcla de olores, sabores, sonidos y colores que nos invaden de forma criminal y sin ningún tipo de piedad.
Pobre de mi, aciago destino que me torturas de esta forma, ahora estoy recibiendo el castigo por no haberte querido obedecer antes, me torturas lisiando mis piernas para que no caminen bien, machacas a mis ojos para que no vean bien, alteras mis pensamientos para que no se desarrollen correctamente y coses mi lengua para que mis gentes no puedan llegar a entenderme. Al menos eres lo suficientemente benévolo conmigo y durante la noche me haces beber un vaso de agua del rió Leteo para así cuando el sol rompa a la mañana siguiente, tan majestuoso y poderoso como siempre, no recuerde las penurias por las que me hiciste pasar.
Vivo sin vivir, muero sin morir...